Porque la vida continúa, no se detiene; y a los que nos toca vivir cada uno de sus encadenados tiempos tenemos la posibilidad y responsabilidad de transmitirla en las mejores condiciones, enmendando lo adverso e inadecuado y respetando y conservando lo propio y apropiado. Algo así como poder y deber ofrecer, al presente y al futuro, la posibilidad de compartir con los demás, -incluidos quienes están por llegar-, la herencia recibida de nuestros antepasados, la porción de levadura que nos han legado para que la vida y la humanidad fermenten, perduren y sobrevivan en el tiempo.
Quienes, además, como es el caso, nos dedicamos a la dichosa tarea de mostrar el camino o enseñar, con más razón y competencia habremos de orientar y preparar lo presente y venidero, sin perder de vista, -ni el respeto-, a lo pretérito, que no por ello caduco.
Tenemos en nuestras manos, y en este caso también en nuestras voces y melodías, la orgullosa misión de enseñar lo que ya nos enseñaron. Aprendizaje que no se encuentra recogido, -ni mucho menos salvaguardado-, en estantes ni en bibliotecas, sino básicamente en la tradición y el folclore, o lo que es lo mismo, en el sentimiento y el corazón de las personas. Si a esta condición humana le sumamos la materna, no sólo estaremos en condiciones de justificar su razón de ser sino también su custodia y mantenimiento.
La nana fue, es y, sobre todo, debe seguir siendo y cumpliendo la hermosa labor para la que sin duda fue creada, alcanzar el sueño. Y yo añadiría más, conquistar el sueño del amor filial; soñar que el amor no sólo se siente; además, se tiene, se mece y se abraza al compás de un susurro cariñoso y melodioso. Porque la nana, cordón umbilical afectivo y musical; primitivo y perenne arrullo amoroso, nace para ser cantada y mecida, pero sobre todo para ser querida, sentida y cedida a nuestros herederos vitales.

Ya sólo queda que esta escogida selección y colección de nanas y arrullos, -de toda la vida y de todas las madres, abuelas y bisabuelas-, desempeñe la función de atril real o imaginario para quien desee ser fiel a sus raíces. Para aquellos maestros, maestras y profesorado, como para personas y padres empeñados en la dichosa y responsable tarea de transmitir algo más que conocimientos, manifestaciones afectivas y sentimientos recibidos, que aunque sólo fuera por justa correspondencia, estamos en la obligación moral, social y cultural de custodiarlas y traspasarlas al futuro.
Que os aproveche; pero sobre todo… que se os queden felizmente dormidos.

José Fernández Fernández